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Blade Runner 2049 o el blockbuster de culto

Foto de Jotdown
Hay un muchachito no precisamente nuevo en la ciencia ficción ante el que otros gallos de corral como Nolan van a tener que ir rindiendo sus espuelas. Denis Villeneuve firma con Blade Runner 2049 una película que nada tiene que envidiar a su predecesora de los 80 y que expande la mitología que Ridley Scott alumbró para la gran pantalla.

Todo en Blade Runner 2049 alcanza al menos el notable. El elenco de actores es inmejorable, con la excepción de un Jared Leto falto de chispa y cuyo magnetismo reside en su caracterización pero no en su labor como intérprete. Hace tiempo que demandaba para Ryan Gosling un rol distinto al de casanova al cual estamos acostumbrados salvo, quizá, en Drive. Gosling consigue con K una sutil interpretación en la que deja entrever inocencia y una profunda tristeza muy humanas tras su perpetuo semblante estoico de replicante. Ana de Armas borda su papel de inteligencia artificial inspirada en Her y culmina, junto a Gosling y Mackenzie Davis, una escena llena de erotismo y frialdad a partes iguales. Harrison Ford retoma con soltura su mítico papel de Deckard, dotándolo de más melancolía y de una rudeza quebrada por los recuerdos. Robin Wright, Sylvia Hoeks, Carla Juri y Dave Bautista completan un reparto soberbio a la altura de su director.

La estructura narrativa de la película dista considerablemente de la de su antecesora, en la que se optó por desplegar la trama desde los dos puntos de vista enfrentados, es decir, desde el cazador de replicantes Deckard por un lado y desde el del Nexus 6 Roy Batty por otro, hasta que chocan finalmente en una épica lucha final. Por el contrario, en Blade Runner 2049 prefiere centrar la historia linealmente desde la perspectiva de su personaje principal, K, para explorar con ahínco la psique de un replicante que da caza a los suyos. Esto puede provocar cierta monotonía al principio de la película al tardar en arrancar el núcleo del conflicto tras una primera escena arrolladora, pero compensa en cualquier caso el guión bien hilado y acelerado en el tercer acto, con diálogos fluidos llenos de reflexiones metafísicas sobre los límites de la condición humana bien alternados con las escenas de acción.

Es a nivel técnico, en cualquier caso, donde se nota la maestría de Villeneuve. Esto no sólo se limita a unos efectos especiales vanguardistas dignos de estudio sino que, sabiendo que no podría repetir la hazaña lírica de Scott, el director francés opta por la sobriedad y la frialdad en sus imágenes, inspirándose en cuadros neoclásicos para los planos interiores y en el romanticismo ruinoso para los exteriores, retomando esa reflexión artística del siglo XIX que critica la prepotencia de la razón positiva. El hito del 82 basaba su inquietud ante lo sublime tecnológico en ese cyberpunk que oscilaba entre el agobio de las calles sucias del guetto en el que se había convertido el planeta, llenas de claroscuros, y la fascinación por los faraónicos edificios construidos por megacorporaciones. Villeneuve da un paso más allá y, sin olvidar esto aunque con una textura inferior, recoge lo que Alex Garland sembró en Ex Machina y consigue llevar al interior excesivamente pulcro, simétrico y racional de una de estas superestructuras, donde se da vida a los replicantes mediante ingeniería genética, esa desconfianza y estupefacción ante el ser humano como sustituto de las leyes de la naturaleza, como dios cruel y despiadado. Los tonos ocres y dorados aumentan la sensación crepuscular de la película, sobre todo en los escenarios desiertos y en ruinas que recuerdan a la obra de Caspar Friedrich, así como el azul eléctrico y vidrioso de las luces nocturnas de la ciudad de Los Ángeles es herencia, una vez más, del mejor cine negro estadounidense hopperiano mezclado con la influencia del anime japonés.

Tal vez sea la banda sonora el eslabón débil en la concatenación de decisiones afortunadas que es esta película. Esto se debe, quizá, a la falta de entendimiento entre Villeneuve y el compositor islandés Jóhann Jóhannsson, al que finalmente acabó sustituyendo Hans Zimmer. Se hecha en falta la labor de Vangelis, al cual se consiguen aproximar e incluso homenajear en una gran escena final, aunque no deja de ser apenas un eco del gran trabajo musical realizado en la precuela.

En cualquier caso, Blade Runner 2049 es sin duda una digna sucesora del clásico ochentero y, aunque quizá no llega a la altura de obra maestra, sí consigue un sobresaliente que la catapulta a ese Olimpo de películas que son capaces de satisfacer tanto al espectador que sólo busca acción y espectáculo visual como al más avezado en el cine de autor y sus sesudas interpretaciones.

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